Por qué viajar a Córdoba en Argentina
El viaje continuaba, hacía ocho días que había salido de la ciudad de Viña del Mar (Valparaíso, Chile) donde estaba estudiando. En esos días me acompañaba un nuevo amigo argentino llamado Yasín, quien por casualidades de la vida era de la misma ciudad que una de mis mejores amigas de Galicia. Me había convencido para acampar en el Merlo después del día de Navidad y después decidimos llegar hasta Córdoba, donde vivía su hermana mayor: Nazira.
27 de diciembre del 2014:
Estábamos muy cansados, sobre todo yo, y hartos de llevar las mochilas por lo que buscamos un lugar donde guardarlas hasta que saliese nuestro colectivo a Córdoba. Una mujer nos indicó la dirección de un hostal, si le dábamos unos pesos nos libraríamos de esa carga. El señor que nos atendió fue muy amable y ni siquiera aceptó nuestro dinero. Cenamos una combinación muy extraña: calamares (rabas le llaman aquí a las anillas, a mí me suena fatal) y pizza. Volvió a pagar Yasín aunque yo me negué, es un terco. Recogimos nuestras cosas y esperamos en la estación de autobuses hasta las dos de mañana. Mientras esperábamos hicimos lo que todo »mochilero» hace, si no hay una ducha disponible… lávate en los baños públicos. Todavía me da la risa al recordar la cara que pusieron unas chicas cuando entraron y me vieron con la cabeza llena de champú. Me dio igual, había estado perdida en medio de una sierra y quería volver a sentir lo que es estar limpia. Como he dicho en otras ocasiones, Argentina hizo que perdiese la poca vergüenza que me quedaba.
A los cinco minutos nos habíamos dormido en el autobús y nos despertamos directamente en la terminal de Córdoba. Una señora estuvo un rato balanceándome hasta que desperté. Caminamos unas cuadras y llegamos a la casa de la hermana de mi amigo; una chica recién licenciada en medicina, muy amable, simpática y encantadora como el resto de su familia. Charlando con ellos descubrí algunas historias y trapos sucios de su infancia, ese tipo de relatos me recordaron las travesuras o hazañas que hacía con mi hermano mayor. Otra cosa importante que aprendí es a tomar mate, sabe mejor el dulce, como por ejemplo que sólo se dice »gracias» cuando no quieres más no cada vez que lo pruebas.
Salimos a comer por ahí mi amigo, su hermana y su cuñado que por supuesto también me pareció simpático. Otra anécdota graciosa fue que el apellido de su cuñado era gallego y él no lo sabía. Comí mi primer »lomito», una especie de bocadillo de lomo con lechuga y otras cosas ricas. Prefiero ese tipo de comidas que los completos chilenos, sin ánimo de ofender a mi patria adoptiva. Para bajar el empacho paseamos por la ciudad universitaria, desierta debido a las fechas en las que estábamos. Me gustaban las calles, la zona del parque, que se pudiese andar sin tropezar con la gente… Pero para una gallega esas temperaturas eran infernales, me aseguraron que 32 grados no era nada y se trataba de un día »fresco».
Lomito
Nazira

Yasín
Para terminar el día cenamos en un restaurante donde nos sirvieron abundantes raciones, ya había asumido que saldría de Argentina con varios kilos más después de toda la carne que estaba ingiriendo. Por variar no pedí ternera, sino pollo con patatas fritas. Durante la cena aprendí muchísimas palabras argentinas y me quedó claro que los argentinos siempre hablarán con doble sentido, tienen miles de expresiones que suenan mal pero que están dichas desde el cariño.
Era el 29 de diciembre y tocaba despedirse. Odio esta parte, no se sabe qué decir o cómo actuar… había llegado el momento de separarnos después de haber pasado unas Navidades atípicas juntos. A pesar de estar lejos de mi familia por estas fechas me hicieron sentir como en casa, conocí grandes personas, quedé convencida que como la ternera argentina no hay ninguna y visité lugares preciosos. Quién me iba a decir a mí que con lo grande que es Argentina conocería a una persona que nació en la misma ciudad que una de mis mejores amigas, al parecer se puede conocer a un »mercedino» en cualquier sitio. No sé cuándo nos volveremos a reencontrar -tal vez sea en Chile, España o vuelva a Argentina ya que me ha gustado el país- pero espero que algún día nuestros caminos se vuelvan a cruzar. Será muy difícil que olvide esa semana en la provincia que los escritores porteños de mi guía turística ignoraron. Ese día aprendí que las guías sirven únicamente para tirarlas a la basura.
Mi viaje continuaba y me esperaban nueve horas de colectivo hasta llegar a Buenos Aires donde comprobaría si esa rivalidad entre el interior y la capital existía. Efectivamente ocurre lo mismo que entre Madrid y Galicia, supongo que en todos los países hay prejuicios contra ciertas zonas. Menos mal que no todo el mundo alimenta esas ideas erróneas y hay que tomarlo con humor, es absurdo generalizar. En la siguiente entrada contaré mi experiencia en la que hace unas décadas se llagó a llamar la capital de la quinta provincia gallega.
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