Ir a las playas de Atlántida en Uruguay

Atlántida estaba muy cerca de Ciudad de la Costa. Luciana era mi couchsurfing, una chica cuatro años mayor que yo que vivía con su hermana pequeña (21 años). Esos días había aceptado a otros tres chicos que eran amigos: dos argentinos (de San Luis y San Juan) y un mexicano: Alejandro. Fue genial porque todos teníamos la misma edad. Estudiaban en la arquitectura en la Universidad de Córdoba y viajaban con bajo presupuesto, autostop y carpa. De hecho me hizo gracia cómo se costearon la comida unos días, con una buena visión emprendedora compraron unas sandías y unos vasos. Las partieron y se pasearon por la playa vendiendo los trozos, 20 pesos cada uno y después subieron a 30. Gracias a esa ocurrencia cenaron y comieron. Otra idea que tuvieron fue pescar con una chancla y un sedal, desde luego imaginación e instinto de supervivencia tenían.

Hicieron unas pizzas, nos fuimos conociendo un poco más y nos reímos mucho. Me encantaba estar rodeada de uruguayos, argentinos y un mexicano y que cada uno contase una historia diferente. En un momento de la conversación todos quedaron mirándome, dijeron que había muchos tipos de viajeros: Los jóvenes que viajan con sus amigos, los turistas, los que cuentan con todo tipo de lujos… y después de todas esas clasificaciones estaba yo, una chica de 20 años europea que viajaba sola con una mochila por Latinoamérica, sin miedos y con una sonrisa en la cara. Durante el verano escuché a muchas personas que me decían frases similares y las caras de sorpresa que ponían cuando les contaba lo que estaba haciendo. Yo no lo veía como algo extraordinario, atípico o valiente, simplemente hice lo que quise en ese momento. Los 20 años están para cometer locuras y vivir aventuras, y desde luego no cambiaría por nada del mundo mi último verano. Me alegro de pertenecer a ese grupo de mujeres independientes que viajan sin dejarse llevar por prejuicios e ideas preconcebidas, no dejes que te limiten.

Al día siguiente fui a la playa con ellos mientras nuestra anfitriona tenía que trabajar en Montevideo. Y la lección que aprendí fue que juego fatal al volley ball, ahora comprendo los gritos de mi antigua profesora de gimnasia. Se me da mejor la natación o el atletismo, nunca me entendí con ese asqueroso balón. A pesar de mis pocas dotes para el deporte, mandar la pelota fuera o ser el payaso del grupo pasé una buena tarde con esos argentinos, el mexicano y otros chicos uruguayos que se unieron a nuestro partido.

Luciana me ayudó a planificar mi ruta, mi presupuesto era reducido y no me apetecía gastar un montón de dinero en un lugar turístico como Punta del Este. Además hubo un detalle que no me gustó, contacté con una Couchsurfing que me pedía una cierta cantidad de dinero a cambio. La filosofía de la página no es esa y deberían denunciarse esos perfiles. En fin, la uruguaya sugirió que fuese directamente a Cabo Polonio y llamó a la terminal para averiguar los horarios. Me tuve que despertar a las siete de la mañana, Mariano me acompañó a la parada del autobús, tardaría cinco horas en llegar pero me había comprado un libro sobre Mujica. Ellos también continuaron su viaje, acamparían en la casa de un Couchsurfing cerca de Punta del Este y llegarían allí haciendo dedo. En Uruguay al igual que en otros países de este continente es común esta práctica, en España jamás te pararía un coche, aunque en realidad nunca he probado. Capaz funciona.

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