Día 1. Llegada a Sarria (Lugo)

Hoy quiero mostrar una parte de mi querida y verde Galiza, a través de una ruta del Camino de Santiago: desde Sarria. Mi tierra natal está caracterizada por sus inmensos bosques, su lluvia y las mil y una maneras de llamarle, el acento muy particular con un tono cantadito y desde luego un lugar en el que jamás podrás decir que has pasado hambre. Siempre hay alguna abuela gallega dispuesta a asar medio cerdo, freír un montón de kilos de patatas, darte ensalada cuyos productos son todos de su propia finca… y aún preguntar si quieres más porque estás famélico. Quien avisa no es traidor, si vienes aquí vas a engordar.
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Desperté a las 13:00, aprovechando que era verano. Además había estado hasta tarde organizando la mochila y hablando por Skype con mi hermano. Todo siempre a última hora. Apuré lo máximo que pude para no perder el autobús que salía a las 14:50. Eras chistosas mis pintas, mis vecinos deben de estar acostumbrados a verme con una mochila a la espalda y ropa de deporte. En la parada casualmente vi a un viejo amigo, uno de los niños que se llenaba de tierra conmigo en el descampado detrás de mi casa. Por supuesto esa etapa la hemos dejado atrás, ahora somos unos aburridos y hablamos civilizadamente las dos veces al año que nos vemos.
Esperé por Belén en un banco de la estación de autobuses, mientras atacaba al primero de mis bocadillos de jamón. Su padre nos llevó a Sarria en coche, fueron casi dos horas y estábamos literalmente en la nada. Bajamos en la carretera principal, tampoco es que hubiese mucho más, y preguntamos en un albergue que pretendían cobrarnos diez euros. Sabíamos perfectamente que había opciones más baratos, los subvencionados por la Xunta (Gobierno autonómico). Salimos en busca del albergue municipal, una señora nos indicó donde estaba.
La zona vieja era simplemente una calle de piedra peatonal y un par de iglesias. Gracias al camino ese pueblo tenía vida y guardaba cierto encanto. En el albergue municipal solo quedaba una plaza, demasiado tarde (18:00), entonces decidimos quedar en otro cercano pagando ocho euros en vez de seis. Pero era mejor que la primera opción. La señora que lo regentaba nos contó que la Xunta había vendido los albergues a una empresa privada, hace años no cobraban nada y tú dabas un donativo si querías, después pasaron a costar tres euros, cinco y seis. Nos entregó mapas de Sarria y era una mujer muy agradable. Nada más dejar las mochilas fuimos a la Iglesia de Santa Mariña para poner una credencial y allí nos dieron un papel con todas las etapas. Había que concienciarse de que iba a ser duro.
Cenamos en el albergue, compramos en Mercadona comida y yo llevaba bocadillos de casa. Compartimos mesa con una inglesa que estaba leyendo un libro y arrancaba todas las páginas para que no le pesase. Jamás podría hacer ese sacrilegio con algo tan querido y apreciado como es un libro para mí. Después aparecieron unos andaluces muy simpáticos que nos ofrecieron parte de su ensalada y embutidos. Me gustaba ese espíritu de compañerismo y compartir.
Ese día tratamos de descansar, sabíamos de sobra que iba a ser dura echarse a andar y con la mochila a cuestas. Pero era un pequeño reto que teníamos que superar.
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Sigue la ruta: