Marrakech; diferentes creencias no significa que no podamos ser amigos

Como bien sabéis, me encontraba en Casablanca y me separaban cuatro horas de tren hasta Marrakech. Creo recordar que pagué cerca de diez euros por el billete. En recepción me explicaron dónde podía coger un taxi porque el servicio de autobuses a las siete de la mañana era escaso. E implicaba gastar dos euros, aunque el taxista intentó dárselas de listo y me pedía más dinero del que realmente era, le dije muy seria que no pensaba darle la cantidad que me estaba pidiendo.

Esperé mi tren y busqué mi vagón. Mi asiento era de turista, no estaba numerado, y compartí el mismo espacio con gente de Marruecos, no turísticas, pude agudizar el oído y escuchar su idioma y ver cómo reían o su ropa. En Marrakech tenía reservado un hostel, a través de la app: hostelworld. Pagas un porcentaje con la tarjeta y el resto en efectivo el día que duermes ahí. En la estación conocí a unas chicas de Londres que iban en la misma dirección que yo, la Medina. Pagamos entre las tres y después nos separamos. La Medina es un laberinto, hace falta vivir ahí para orientarse.

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Medina de Marrakech

Un hombre me habló y me dijo que me ayudaría a encontrar la dirección. Dejé que él fuese delante y yo le seguía, los callejones eran oscuros y no me fiaba del todo. Por supuesto que no me pasaría nada, pero nunca se sabe y prefería ser precavida. Llegamos a mi hostel, cuatro euros la noche en una habitación compartida, y el señor que me había acompañado me pidió dinero a cambio. Me negué, con una sonrisa, insistió pero al final se dio cuenta de que no iba a conseguir nada. Dejé mi mochila en la habitación y empecé a caminar por las calles de Marrakech.

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Especias de Marruecos

Las calles de la Medina están abarrotados de personas, carros, tiendas… es un caos. El calor, a pesar de ser septiembre, era insoportable. Busqué un lugar donde comer, en la plaza de la Medina, comí tajín. Después caminé durante horas, terminé perdiéndome y le pregunté a un chico cómo podía volver al centro. Tendría unos quince años, conducía una pequeña moto, y me dijo que me subiese y me llegaba. La gracia de viajar a otro país es conocer su gente, mezclarse con ellos y no poner barreras. En un inglés muy forzado me dijo que antes teníamos que pasar por un sitio, su trabajo, para que saludase a sus amigos. Fue lo que hicimos, unos adolescentes lo saludaron efusivamente y yo me presenté, fue un momento muy gracioso. El chaval quería hacerse el interesante porque había hecho amistad con una extranjera. Cumplió su palabra y me dejó en el centro, en medio de una plaza y me enseñó toda la Medina. De casualidad no tropezamos con nadie, si yo intento hacer lo mismo, me estampo contra la pared.

Fui a otra parte de la ciudad, estaba atravesando una calle y di por hecho que el taxi frenaría en el paso de peatones. De pronto, como si de una película se tratase, apareció un chico marroquí que me apartó de la carretera y evitó que me atropellasen. No me podía acostumbrar a esa manera de manejar el volante. Nos hicimos amigos a los cinco minutos, su nombre era Imad. Hablaba bien inglés, aunque la pronunciación me resultase extraña, por lo que podíamos comunicarnos. Trabajaba para el Ejército de Marruecos, era musulmán y una forma de ver el mundo que discrepaba completamente con mi manera de pensar. Si algo he aprendido viajando es a aceptar las ideas de los demás, siempre que se respeten las personas, todas las creencias son válidas. Aprendí muchas cosas sobre Marruecos con él, no paré de hacer preguntas porque la curiosidad no cesaba. 

Quedamos con otros amigos suyos y al final cené con tres marroquíes: un soldado, un médico y un ingeniero, de unos 25 años. Vamos, de todo un poco. Después nos fuimos de fiesta, tomamos té en un local en el que no había más extranjeros. De hecho, creo que tampoco mujeres. Lo cual es curioso porque Marrakech sí es una ciudad turística y en la calle puedes ver a personas de todas las nacionalidades.

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Cenando en Marrakech

En ningún momento me faltaron al respeto, seguro que es lo que pensarán muchas personas, que me sentí incómoda con la compañía de unos hombres de religión musulmana. Todos los respetamos, yo dejé claro que no era creyente y que era una mujer independiente. No tenían ningún problema con eso, decían que creer en Alá era una decisión personal y si lo hacías debía ser con fe. No tenía sentido imponerlo si no era sincero. En todas nuestras preguntas y debates no había reproches, solo simple curiosidad y ganas de acercar dos culturas que siempre han separado. A veces era difícil explicarlo en otro idioma pero nos tomábamos nuestro tiempo y nos reímos bastante.

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Me acompañaron hasta mi hostel y hablamos de vernos al día siguiente, me propusieron ir a una cascada y un lugar en el que iban los domingos las familias de Marrakech y las afueras. Acepté en el momento, quería escapar de las calles especializadas en souvenirs. Me encantaba la idea de ver realmente un poco de la realidad marroquí. Madrugamos porque nos esperaban tres horas en coche, Imad negoció con un taxista y pagamos cuatro euros cada uno. Se negó a que pagase y no aceptó mi dinero aunque insistí. Para abaratar costes, nosotros compartimos el asiento de delante y otros cuatro adultos y un niño fueron sentados detrás. Me pareció chistosa la escena.

Era la única europea del lugar, perfecto. Y el trayecto había sido precioso: montañas de todos los tonos marrones, carreteras convencionales y personas trabajando en oficios artesanales que no se ven en las grandes ciudades. La realidad marroquí, el verdadero Marruecos que muchas veces no se fotografía. Durante horas escuché árabe y las risas de mis compañeros de viaje, Imad me hacía de traductor y les expliqué la razón por la que estaba en ese coche y quería ir a un lugar que no sale en la guía turística de Marrakech.

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Marruecos

No sé exactamente el pueblo al que fuimos pero era en la zona de: Haut Atlas. Sí estaba en medio de la cordillera más grande del país, subiendo por un camino empedrado para llegar a una cascada en la que comeríamos. Pedimos comida en un humilde restaurante, donde el baño estaba fuera y era un simple agujero en el suelo. Comí tajín, esta vez de verdad, con los dedos ayudándome con un trozo de pan. Es más complicado de lo que parece, pero tenía un buen maestro.

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Fue una tarde diferente, fuera del caos de la ciudad y en paisaje que era diferente a lo que estoy acostumbrada. Recuerdo que las otras familias me miraban, les sorprendía que una europea estuviese ahí, pero respondían con una sonrisa. Estábamos sentados y empezamos a hablar sobre el uso del velo, ellos me dieron su opinión y yo expliqué la razón  por lo que no lo usaba. Muy interesante la conversación y todo un debate.

Volvimos en otro taxi, cuyo precio fue negociado y volvimos a Marrakech. Al llegar me despedí y les agradecí los dos días que habíamos pasado juntos, repito que aprendí muchas cosas y fue divertido hablar ellos.

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