Sulmona, Pescara y Ancona

En el tren yo me quedé dormida, Maarten me despertó cuando llegamos a Sulmona. Era ya por la noche, teníamos que encontrar rápido un lugar en el que echar la tienda de campaña. No queríamos pagar un camping, sabíamos que podíamos encontrar un descampado o algo así a las afueras del pueblo. No estábamos solos, nos teníamos el uno al otro, además de que las probabilidades de que nos pasase algo malo eran reducidas. No hay psicópatas por el mundo y con el sentido común se puede ir a cualquier lugar.
Caminamos un rato y llegamos a un pequeño río, al lado había un campo perfecto para acampar. Nos aseguramos de que no era propiedad privada, abrimos mi mochila y montamos la tienda en menos de cinco minutos. Es muy fácil de montar, está pensada para que hasta la persona más torpe del mundo sea capaz de hacerlo. Nadie nos dijo nada, desde la carretera no se nos veía y por la mañana recogimos nuestras cosas. No hicimos fuego ni dejamos basura, se trata de acampar y no de destrozar lugares.

La tienda de campaña, Sulmona

Sulmona

Centro de Sulmona
El pueblo tenía el mismo aspecto que Tivoli o Carsoli, calles empedradas y edificios antiguos que no soy capaz de datar. Me encantó el ambiente, no puedo decir que sea más bonita que Roma, simplemente era diferente. Lo encontré más tradicional o auténtico, sin la invasión de turistas con palos selfies.
Cuando nos cansamos, subimos en un autobús y nos fuimos a Popoli. No había nada especial, solo montañas y señoras curiosas que nos preguntaban de dónde éramos. Todos se sorprendían de que un belga y una española estuviesen tirados en la plaza de su pueblo y no en Roma. Nosotros queríamos ver la verdadera Italia. Allí decidimos ir en autobús hasta Pescara y de ahí a Ancona.

Una calle cualquiera de Sulmona
Ese día estábamos muy cansados, era duro llevar encima la mochila con el calor del mes de agosto. Los horarios de los autobuses estaban mal, los papeles de los tableros llevaban ahí puestos mínimo cinco años. Tuvimos que preguntar, haciendo muchos gestos y hablando un italiano patético. Lo importante es que llegamos sí y ese día, en Ancona, tomamos la mejor pasta al pesto de toda Italia y un vino maravilloso.
Para finalizar el día, hubo que pensar un lugar para dormir. Salimos de la ciudad y nos dirigimos a la playa. Estábamos hartos, nadie nos explicaba dónde estaba porque la gente que encontramos no era italiana. Y de pronto: la suerte llamó a nuestra puerta. Una chica nos ayudó, nos llevó en coche hasta la playa y tuvimos una charla muy agradable. Hablaba muy bien inglés e incluso español, estudió un Erasmus en Sevilla. Acababa de llegar de un viaje mochilero por Eslovaquia y por esa razón nos echó una mano cuando más lo necesitábamos. Fue un amor de persona, esa gente que te encuentras en el camino y que después no olvidas.

Por Popoli, un pueblo de Italia
Efectivamente, acampamos en la playa y sin pagar nada. Por la mañana tocó lavarse en las duchas públicas y echarnos unas risas con los operarios; uno de ellos dijo que a él no le importaba que acampásemos allí, habíamos dejado todo limpio, y que él también fue joven.

Ancona
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- Conociendo el país de la bota, Italia.