Cecina, rincones de Italia

Queríamos escapar de las grandes ciudades y aprovechar la playa, eran nuestros últimos días en Italia. Al azar elegimos Cecina, subimos en el tren y llegamos en unas horas. Cuando bajamos, preguntamos en la taquilla de la estación por un camping o un lugar donde acampar. Nos indicó la parada de un autobús urbano, pero tendríamos que esperar una hora. Fuimos andando.

A mí me pesaba la mochila y quería probar suerte, quizás alguien nos podía llevar en coche. Me puse a hablar con un señor que tenía el coche aparcado, aunque seguía al volante. Imaginé que estaba esperando por alguien, pero por preguntar que no fuese… Intenté hablar italiano, mezclando palabras con el portugués y el español. Fue amable no, lo siguiente. Nos dijo que subiésemos y que él nos acercaba porque eran 3 kilómetros y hacía mucho calor. 

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Resultó ser un policía retirado y conducía, horrible. Se saltó algunos semáforos, solo tocaba el volante con una mano y no paraba de hablar. Fue un tanto extraña la situación. Llegamos enteros, le dimos las gracias, bajamos del coche y él se fue con una vuelta muy brusca. Entramos en la recepción e hicimos la reserva.

Dormimos en mi tienda de Decathlon, en una parcela cerca de una fuente y a dos pasos de los baños. Todas las familias que nos rodeaban, eran italianas y muy pocas personas eran extranjeras como nosotros. Era justo lo que buscábamos. Montamos la tienda rapidísimo y nos fuimos a la playa. La puerta trasera del camping, llevaba a un bosque y a un kilómetros (más o menos) estaba la arena de la playa. Había muchos caminos y la gente iba en bicicleta o hacía deporte.

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Nos gustó mucho, dos días relajados y cada vez que queríamos volver al pueblo hacíamos autostop y paraba alguna buena persona. Los horarios del autobús eran malísimos. Solo hubo un incidente, un mal trago. El segundo día, cuando nos despertamos y estábamos desayunando, vi la tele de la caravana del vecino. Enseñaban imágenes de edificios destruidos y gente asustada, involuntariamente pensé en Siria, aunque nos fijamos en que aquella familia estaba muy atenta al telediario.

Me acerqué y puse la oreja. No comprendía casi nada de lo que decían, hasta que leí que por la noche hubo un terremoto en la zona de L’Aquila. No me lo podía creer, no sabía que en Italia podía haber terremotos y mucho menos en esa zona donde Maarten y yo habíamos estado. Tuvimos suerte, acampamos allí y no nos pasó nada. Fueron solo unos días de diferencia, increíble. Hubo muertos, casas destrozadas, heridos… Estábamos sin internet y tampoco teníamos batería en los teléfonos. Conseguimos un enchufe en la recepción y llamamos a casa.

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Nuestras familias nos habían llamado, pero al estar en el extranjero nuestros teléfonos no daban señal. Les contamos que estábamos lejos y que no nos había pasado nada, se quitaron un gran peso de encima. A veces se nos olvida que cuando estamos de viaje, debemos estar en contacto con nuestras familias ya que ellos no saben dónde estamos y en qué condiciones. Sí, por casualidades de la vida, nos libramos de un terremoto.

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