#Día 3: Granchar hut – Ribni Ezera hut (17 km)

Empezaba el tercer día de ruta por Rila y con mal pie. Ya he comentado el trato recibido por el dueño de Granchar hut, el único que nos cobró 3 lev (1,5 euros) por echar la tienda de campaña.
Contábamos con desayunar en el refugio, necesitábamos fuerzas para coger las mochilas, pero no fue posible porque estaba cerrado. El pueblo más cercano es Yakoruda, a 22 kilómetros, no pudimos comprar comida. Echamos mano a las galletas que teníamos y tomamos agua en lugar de café. La jornada se presentaba dura. Lección aprendida: hay que llevar siempre provisiones.

Deshacer camino
El primer tramo implica volver hasta el camino principal, para llegar a Granchar hut hay que desviarse. Serán unos 40 minutos caminando, atravesando un terreno bastante plano aunque ahora tocaba subir pendiente.


Algunos montañeros deciden continuar hasta Ribni Ezera y pasar la noche allí, pero a mí me parece una barbaridad hacer 30 kilómetros por una de las cordilleras más altas de los Balcanes. Inviable si llevas una mochila con el equipo de acampada, por muy ligero que sea todo y cargues ropa de Decathlon. En este punto vimos unas chicas alemanas, con muy buena condición física, que reponían fuerzas desayunando unas maravillosas avellanas. Envidia absoluta, estaba muerta de hambre. Odié profundamente al dueño del refugio y mi estupidez por no haber comprado frutos secos.

Adiós turistas
No madrugamos una barbaridad, recogimos la carpa a las ocho de la mañana, pero esta parte de la ruta no tiene nada que ver con el camino hasta Musala. No vimos a nadie en todo el día, solo una pareja que llevaba nuestro ritmo y las alemanas que quedaron atrás porque iban en dirección contraria. Se respiraba tranquilidad y podías caminar sin tropezar con turistas.
Estuvimos caminando durante horas, haciendo paradas para abrigarnos o descansar la espalda. Continuábamos pasando frío y calor cada cinco minutos, el viento pega fuerte y nunca sabes qué hacer porque estás sudando. Los cambios de temperatura me hicieron enfermar y sentirme débil, pero ya llegaremos a esa parte de la historia.

El tramo más duro de Rila
Eran ya las seis de la tarde y no habíamos llegado al refugio. Estábamos muertos de hambre y no teníamos batería (tampoco había cobertura, de poco habría servido) para comprobar cuántos kilómetros quedaban para llegar a Ribni Ezera hut.

El último tramo nos mató. Estábamos acostumbrados a subir colinas, bajar por terrenos empedrados, cargar con la mochila todo el día… pero aquello no tenía nada que ver. Había que atravesar, durante una hora y media, un montón de rocas para llegar al otro lado de la montaña y bajar al refugio. Cabe decir que no se veía el edificio, no sabíamos qué había después de esa tortura de piedras resbaladizas.
El problema no fue caminar por las piedras, la dificultad era mantener el equilibrio y pisar firme para no ir colina abajo. No hay sendero, tienes que atravesar rocas que se desploman si pones mal el pie. Obviamente, no era la primera vez que estaba en un terreno así, pero la mochila y el cansancio no ayudaban. Ni siquiera sacamos fotografías, guardamos energía para llegar al refugio.
Ribni Ezera hut
Entrar en el comedor de Ribni Ezera hut fue una gran alegría. Había bastante gente, la mayoría empiezan la ruta en el Monasterio de Rila e iban en dirección contraria a la nuestra. Pedimos de todo: carne, ensalada, sopa y bebidas calientes. Parecerá una tontería, pero tuvimos que controlarnos porque teníamos poco dinero en efectivo y no hay cajeros en medio de la nada. Estábamos destemplados y nos acercamos a la estufa aunque era la segunda quincena de agosto, cosas del clima alpino.
Tuvimos que hacer una cola grande porque todo el mundo estaba pidiendo comida, serían cerca de las ocho de la tarde. Nos dimos cuenta de que varios búlgaros hablaban sobre nuestras mochilas, que estaban apartadas en una esquina de la sola. Todos iban con menos peso y pasaban la noche en camas de los refugios, solo los alemanes del primer día y nosotros decidimos ir con la tienda de campaña. Ponían cara de: estos chicos están locos. Un grupo nos preguntó en inglés de dónde éramos, de nuevo, se sorprendieron al saber que vivíamos en la otra punta de Europa. Intentamos dejar bien a los gallegos.
Cuando íbamos a pedir nuestra comida, por fin había llegado nuestro turno, tuve que salir corriendo. Vomité en la entrada. Una escena un tanto graciosa si tengo en cuenta que casi vomito delante de treinta desconocidos (aproximadamente) y que fuera había muchos caballos sueltos. Cuando levanté la vista, vi un caballo que me miraba y un empleado que debía estar acostumbrado a esa escena porque no hizo nada. Fui a por un cubo de agua e hice el clásico aquí no ha pasado nada, igual que cuando te caes en medio de la calle y te levantas como si nada.

Acampada gratis
Esta vez no pagamos nada, echamos la tienda cerca del refugio. Ribni tampoco tiene duchas y los baños no huelen bien. En nuestra tienda se notaba la humedad y las bajas temperaturas, pero estábamos tan cansados que dormimos a los cinco minutos de tiranos con los sacos. Por la mañana, la lona de la tienda estaba empapada aunque no había caído ni una gota del cielo. En próximos artículos continuaré narrando las fases de mi gastroenteritis…
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