Los vagones de tren solo para mujeres, ¿sirven para frenar el machismo?

Vagones de tren exclusivos para mujeres. No es descabellado, varios países han aprobado esta ley. Luchar contra el acoso sexual protegiendo a las mujeres. Sin embargo, quizá sea solo una medida un tanto paternalista, en la que se pone en el centro a las víctimas y no los agresores. Brasil, Japón y otros países ya disponen de vagones de tren sepatados por sexos. En esta ocasión, Sen Enderezo te cuenta los pros y contras de los vagones solo para mujeres.

Vagones rosas

La primera vez que vi vagones para mujeres

Cuando viajé por Brasil en 2015, no pude evitar sorprenderme al ver los vagones rosados de Río de Janeiro y São Paulo. Nunca me había puesto a pensar en esa posibilidad, que un gobierno legislase para limitar la libre circulación de las mujeres. La idea era evitar nuestro sistemático acoso, creando espacios seguros donde ningún hombre se crea con el derecho a manosearnos. Una ley que entiende que las mujeres deben ser tuteladas. No queremos ser rescatadas por un príncipe azul, a ver si lo entienden de una vez. Infantilizar a la mitad de la población mundial, no es la solución.

Tren solo para mujeres de Río de Janeiro, foto de El País

Partamos del típico ejemplo. Imagina que te roban la cartera a punta de navaja en medio de la calle. Está claro quién es el culpable. A nadie se le ocurriría afirmar que la culpa es tuya porque estabas pidiendo a gritos que te robasen. Entonces, ¿por qué vamos a proteger a las mujeres de hombres machistas, en lugar de erradicar hijos sanos del patriarcado?

No me da la gana de subir a un vagón rosa para sentirme segura. Después ya soportarás en el andén comentarios o agresiones de todo tipo. Tampoco acepto que de puertas para dentro o en cualquier espacio público no sea tratada como una igual. No necesitamos cuidarnos, exijo vivir sin disculparme por ser mujer. Caminar tranquila, disfrutar de mis derechos sin pisar los de nadie, viajar con libertad sin miedo a que me pase algo malo. Regresar a casa sin llevar las llaves en la mano, aunque me conformo con volver. No queremos tantas cosas. Y solo nosotras lograremos estas victorias.

He escuchado diferentes opiniones, algunos se conforman con esta medida superficial. Creen que veinte minutos de trayecto de metro rodeada de mujeres es suficiente para evitar una violación. Ojalá fuese todo tan sencillo.


De México a Mona Eltahawy

Ayer terminé un libro que debería ser obligatorio: El himen y el hiyab de Mona Eltahawy. Un claro ejemplo de deconstrucción que demuestra, una vez más, que lo personal es político. Mona es periodista, de origen egipcio, y ha residido en Estados Unidos y Arabia Saudí. Narra la Primavera Árabe de 2010, movimientos sociales que lucharon por la democracia de Túnez, Egipto y otros países de la región. Y se pregunta, ¿qué pasa con las mujeres, para cuándo nuestra revolución?

Mona Eltahawy narra en primera persona qué significa ser mujer en Oriente Medio. Su libro es valiente y demuestra que las mujeres musulmanas no están dormidas, sino que luchan por su propia libertad. Con total sinceridad habla de su sexualidad, su adolescencia con hiyab y su propia violación.

sobre mona eltahawy

En los autobuses egipcios, las mujeres viajan en la parte de atrás. Sí, yo también he recordado a Rosa Parks. Mona tampoco entiende que el foco se ponga sobre nosotras, en lugar de condenar a los agresores y limitar sus movimientos. Nada nuevo.

Da igual nuestra nacionalidad, la formación o el color de piel, todas sufrimos violencias machistas por el mero de hecho de ser mujeres. México, Japón, Malasia, India… tienen vagones rosas o taxis especiales para mujeres. No podemos avanzar si caminamos en dirección contraria.

Por arriesgado que sea hablar públicamente del acoso y las agresiones sexuales, hablar públicamente de los abusos sexuales, hablar de los crímenes que tienen lugar en el hogar, es todavía es más arriesgado. El dolor reside en el hogar, y es ahí donde debemos comenzar a sanar.

El himen y el hiyab, p.159

Lo del tranvía de Murcia, se llama machismo

En abril del 2017, todos los medios de comunicación hablaron del tranvía de Murcia. Un chico vio a una chica en el transporte público, le pareció guapa y empapeló la ciudad con el objetivo de localizarla. No es romanticismo, es machismo.

El famoso mensaje de un acosador

¿Cómo puede ser lógico mezclar amor con acoso? Esta mujer iba tranquilamente a su casa, trabajo o a tomar algo con sus amigos. Si pasó de su cara, pues que se aguante. Así de sencillo. No era necesario empezar una campaña de rastreo. Acosador, admite que fuiste ignorado y no te refugies en el maldito amor romántico.

Recordé una de las muchas veces que fui acosada en un lugar público. Estaba en la cafetería de una estación de autobuses, con la mochila preparada para irme a Madrid y después Rabat (Marruecos). Pedí un café con leche que no pude disfrutar. El camarero empezó a preguntarme de dónde venía y a qué me dedicaba. No quería entablar una conservación. Necesitaba cafeína en mi cuerpo, no la atención de un hombre. Me da igual si todo era con buena o mala intención, estoy harta de justificaciones. Quería mi espacio, estar sola no significa dar pie a que te molesten.

En aquel momento no lo entendí bien. Pensé, simplemente quiere ser amable y es bastante guapo. Una vez en el autobús, me pregunté: ¿por qué aguanté una hora de interrogatorio? Tomé el café frío, seguro que a un tío no le pasan estas cosas. Tendría que haber dicho que quería estar sola y que me dejase en paz. No puede ser tan difícil entender el placer de un café con leche y un libro en un bar. Normalizamos lo que no es normal. Ahora imaginemos que ese camarero empapela toda la ciudad para encontrarme. Asco.


Mi primera historia de acoso callejero

Pegué el estirón en el verano de los diez a los once años. Pasé de ser una niña bajita y plana, a una adolescente. Todos pensaban que tenía más años porque ya usaba sujetador y medía casi 1,60m. En el colegio los profesores decían que teníamos que estudiar duro para no repetir y dirigían su mirada hacia mí. Jamás he repetido, simplemente ya no era una niña. Dejé de crecer en 3º ESO.

Caminar por la calle empezó a ser más difícil. Da igual que me haya criado en un pueblo de Pontevedra, las mujeres todavía no hemos conquistado el espacio público. Empiezas a aceptar que recibirás comentarios sobre tu aspecto físico que no quieres escuchar. Barbaridades que vienen incluso de quien menos esperas. Eres mujer, aguántate.

No di mi primera contestación hasta los doce años. Fui a hacer unos recados, mi madre trabajaba y fui a por el pan. Cuando volvía a casa, un señor mayor que podría ser mi abuelo me dijo un comentario machista. No recuerdo exactamente sus palabras, solo tengo claro que me molestó muchísimo y hacían referencia a mi pecho. Contesté: Si vas a decirme eso, dímelo a la cara que está un poco más arriba. Se lo conté a mi madre y ella me dijo: Sé que te da asco, pero tienes que pasar para que no sea peor. Lo hizo con buena intención, era adulta y sabía que no siempre se vuelve a casa. Hoy ninguna de las dos reaccionaría así, pero queda mucho por deconstruir. Años después comprendí que esta historia de acoso callejero no fue la primera. Simplemente fue la primera vez que contesté.

Desde niñas, el espacio público no es nuestro

Cuando tenía unos seis años, mi madre me disfrazó de novia por Carnavales. Paseé por mi pueblo con un vestido blanco y un velo. Todos me preguntaron dónde había dejado al novio, me enfadé y fui llorando para casa. Mi madre me recuerda a día de hoy que le dije a un señor: No tengo novio ni lo quiero. Entre tonos rosas, agujeros en las orejas y nenucos nos adoctrinan para que no nos rebotemos. En fin, mi madre siempre dio la nota con los disfraces, otro año fui al colegio vestida de Tina Turner y me cansé de explicar de quién iba disfrazada. Todas elegían ser princesas, indias o chinas cuando abrieron los bazares en mi pueblo. Al final, acepté las normas y empecé a llevar disfraces normales.

Ni siquiera el patio del colegio era nuestro. La profesora de gimnasia nos separaba por género, ellos jugaban al fútbol y nosotras al baloncesto. Odiaba botar un balón o saltar con una estúpida cuerda. Un día, una amiga y yo dijimos que queríamos jugar al fútbol. Para que los equipos no estuviesen tan desnivelados, nos metieron a las dos en el mismo. Sabíamos que nos jugábamos mucho, quedaríamos fatal si fallábamos. La historia de siempre, una mujer tiene que demostrar su valía. No me interesa el fútbol en lo más mínimo, pero nunca me gustó que me tratasen mal. Echamos a correr, un par de pases y metí mi primer y último gol. Le cerramos la boca a todos.

No dije ni mu

Estoy hecha de la misma pasta que cualquier otra mujer. He trabajado durante años para poner nombre a las violencias machistas. Hasta ser consciente de todas las veces que se ha repetido la misma historia. Por eso, afirmo que la mayoría de las veces he quedado callada o no lo hice público. Lo dejé pasar, no dije ni mu.

  • Cuando me acorralaron tres hombres en Madrid y me empujaron contra una pared, tenía 18 años y venía de mi primera fiesta universitaria, no dije ni mu.
  • Cuando me dijeron que elegí ciencias sociales porque soy una mujer, no dije ni mu.
  • Cuando conseguí un empleo gracias al maquillaje y la talla, no dije ni mu.
  • Cuando un tío me manoseó en un pub durante el trayecto barra-baño, no dije ni mu.
  • Cuando me sentí incómoda en un taxi porque el conductor era un hombre, no dije ni mu.
  • Cuando el recepcionista de un hotel se presentó en mi puerta con unas cervezas, dando por hecho que quería compañía, no dije ni mu.
  • Cuando un desconocido me llamó reina, cariño o guapa en lugar de Laura, no dije ni mu.
  • Cuando un host de couchsurfing interpretó que usaba la app para conseguir ligues, escribí una referencia imparcial y no dije ni mu.

Dudo mucho que unos vagones segregados por género hubiesen cambiado estas vivencias. Las desigualdades sociales no se superan acentuándolas, sino luchando por cambiarlas. No me siento más segura en un autobús apto únicamente para mujeres, sé que cuando ponga un pie en la calle volveré a la cruda realidad. Una culpabilidad crónica que asegura el status quo. Repaso mi infancia y adolescencia y sé que lo que pueda contar es una obviedad. No soy original. Todas hemos sufrido y sufrimos violencias machistas.

Tren solo para mujeres en Tokio

Por favor, no más preguntas sobre el miedo en calles extranjeras

Desde que empecé a viajar sola, siempre lo mismo. Todo el mundo quiere escuchar una historia morbosa sobre la inseguridad que sentí en las calles de otro país. Especialmente, si es la ciudad de un país pobre. Como buena gallega, no podría vivir sin sarcasmo. Seré clara, transparente, da igual dónde esté porque las violencias machistas no tienen patria.

Stop preguntas del tipo: ¿y cómo es caminar por Río de Janeiro? ¿en Marruecos son muy machistas, qué pasa si caminas sin velo? ¿en Latinoamérica son machistas, no? ¿es cierto que los argentinos solo sueltan barbaridades a las mujeres? ¿en Rumanía no se puede ir por la calle que hay mucha trata, no? Primero, pongamos atención a lo que guardamos debajo de nuestra alfombra.

No necesitamos protegernos, mucho menos que nos protejan, lo que queremos es (sobre)vivir. Que llegue el día en el que no tengamos que pelear por nuestro sitio en el espacio público y los puestos de responsabilidad. Se nos cansa el brazo de picar el maldito techo de cristal, pero ahí seguimos. Ningún vagón rosa, legislado desde un triste despacho, nos va a salvar. Lo sabemos de sobra.

Este libro es mi contribución con la ruptura de ese espacio que separa lo público de lo privado. Soy producto de mi cultura y de mi fe. Soy hija de los tabús y de los silencios de los que luchado para liberarme. Soy hermana de cada mujer que combate contra las fuerzas opresoras que han sofocado nuestras vidas sexuales y las han convertido en un terreno minado (…) Soy la mejor amiga de la mujer que sale a protestar contra los déspotas políticos en la calle y continúa esa protesta contra los déspotas personales en el hogar.

MONA ELTAHAWY, últimas páginas de El himen y el hiyab

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4 Comments on “Los vagones de tren solo para mujeres, ¿sirven para frenar el machismo?”

  1. Piensa mal de mi, si lo deseas, pero lo del tranvia de Murcia no puedo verlo del todo mal, tampoco lo que te paso en la cafetería, en el segundo caso, está claro que tienes todo el derecho del mundo a decir que pasas de hablar, y la otra parte a respetarte 100% y dejarte tranquila, pero debes decirlo, tan incómodo es que a una mujer un hombre vaya a hablarle sin motivo, como que a un hombre otro se le pegue como una lapa, creyendo quizá que así seréis dos en busca de acosar a las chicas en una discoteca!… Y lo del tranvía yo es que hice algo «parecido» aunque la chica había sido compañera mía en el colegio y me gusto durante años pero jamas la dije nada y me cambie de ciudad y la busque por redes… Me denuncio por acoso, pero si me dice ella antes, cuando se entera, que perfecto, pero que pasa de mi olímpicamente, pues yo la digo que vale, y que borraba lo que puse en mi twitter (como así hice sin que me lo dijesen)…

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    • Hola,

      Volvemos a lo de siempre, lo que he contado no son anécdotas aisladas sino situaciones de acoso sistemáticas. Todas las mujeres soportamos lo mismo por el mero hecho de ser mujeres. Y nosotras terminamos entrando en la misma rueda, justificando violencias machistas autoconvenciéndonos de que no parten de la mala intención. Actué mal, lo he reconocido y lo reitero, tenía que haber abierto más veces la boca. Pero cansa y mucho. No pienso sentirme culpable por haber sido acosada. No me encontré con un pesado, era un hijo sano del patriarcado.

      Lo del tranvía de Murcia fue una historia que nos tocó a todas. Porque todas tenemos historias similares en nuestros recuerdos. No, no puede ser que camuflen de amor romántico algo que es acoso. Como otras cosas que hemos normalizado.

      Asumir, pedir disculpas de corazón y cambiar me parece una magnífica forma de empezar. ¿Siempre tenemos que justificar todo y gritar »no es no» para disfrutar de una pequeña parcela en el espacio público?

      Un saludo,
      Laura

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