Roma

Lo primero que hicimos Andrea y yo al bajar del autobús, fue comprar un bocadillo enorme de lomo y queso. Fueron casi cinco horas desde Pisa y no teníamos comida, estuvimos muriendo en los asientos de atrás y riéndonos de auténticas estupideces. Pasar tiempo con esta mujer significaba que después te iba a doler la barriga de reír tanto. Estábamos emocionadas, siempre quisimos ver la ciudad y comprobar si el encanto que se veía en las películas era cierto o no.

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Un artista callejero, Roma.

Nos subimos en un tren e intentamos llegar a un camping que encontramos en internet. Costaba 12 euros la noche, por persona. Lo cierto es que la web era rara, no parecía el precio de las parcelas sino de una especie de bungalow más cutre. Fue un caos llegar, pero al final lo conseguimos. La gente se explicaba mal, hablaban un pésimo inglés o italiano muy rápido y con gestos. El tráfico era espantoso. En resumen, el primer contacto con Roma no fue maravilloso. Cuando llegamos, pagamos y yo fui directa a la ducha. Aquel camping tenía piscina, un bar enorme, baños decentes… después de dormir cuan indigente dos días, aquello me parecía lujo. Lo irónico fue que no dormimos en mi tienda de campaña, costaba más la parcela que el bungalow. Tuvimos acceso a electricidad, wifi y una cama. La habitación era para tres, al día siguiente llegó Maarten desde Bruselas.

Evidentemente, primero vi Roma con Andrea porque llegamos un día antes que Maarten. Nos asábamos de calor y echamos una siesta en un parque. Las calles estaban llenas de turistas, de los que tienen mucho dinero y los que comen de supermercado. Y sin duda, fue un gusto poder olvidarnos de las mochilas por unos días, la mía pesaba unos 7 kg pero con el calor es un infierno llevarla a la espalda. Nos pateamos el centro, no importaba hacia qué lado mirar porque en cada rincón había algo que ver. Italia es así, monumentos e historia en todas partes. 

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Coliseo Romano

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Andrea y Maarten en una calle cualquiera de Roma

Y llegó el día de la llegada de Maarten, Andrea quedó en la piscina del camping y yo fui a la estación de tren que conectaba con el aeropuerto. Después de hablar todo el verano sobre nuestro viaje, por fin estábamos en Italia y empezaban nuestras peripecias. Cuando le vi, no podía parar de reír porque la situación era muy surrealista. Tocaba pasarse al inglés. Pues el equipo estaba completo: una argentina, una gallega y un belga. Antes de ir al camping compramos nuestra cena en el supermercado, una ensalada con cosas baratas, pan y vino.

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Maarten y yo. Roma, agosto del 2016

Al día siguiente Andrea se tenía que ir, su viaje continuaba y ya había contactado con un couch. Recogió su mochila y fuimos todos a ver realmente Roma y El Vaticano. Hicimos el truco más latinoamericano que conozco, lo digo a modo de chiste, preguntar en todos los sitios si puedes dejar la mochila y que después volverás a por ella. Tuvimos suerte, comimos en un restaurante modesto de una calle cualquiera y la camarera era colombiana, le guardó la mochila a Andrea hasta que terminó su jornada laboral. Sin pagar un montón de dinero en la estación de tren y sin hacer una cola kilométrica. Me encanta el carácter del latinoamericano, siempre echan una mano a cambio de un simple gracias. Al menos, por regla general es lo que he visto yo.

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Terminamos con dolor de pies después de caminar tanto, no veíamos lógico movernos en metro y perdernos la ciudad. Estuvimos en la zona más turística pero también en calles que no aparecen en una guía de viajes. Al otro lado del río, por ejemplo, se pueden comprar las mismas láminas de Roma que venden en el centro por a un euro y no doce. Yo compré una y conseguí que no se destrozase dentro de mi mochila.

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